
Un año después del éxodo, la quietud invade la isla panameña que se tragará el mar

Ya no se escucha la risa de los niños correteando por las callejuelas de Gardí Sugdub. Todo cambió desde que hace un año casi todos sus habitantes indígenas huyeron de esa pequeña isla del Caribe panameño que será tragada por el mar.
La calma contrasta con la agitación de esos días de junio en que unos 1.200 gunas fueron llevados en botes hacia una nueva vida en tierra firme, una de las primeras migraciones planificadas de América Latina por el cambio climático.
Delfino Davies, quien tiene en la isla un pequeño museo con lanzas, tinajas y huesos de animales, cuenta a la AFP que detrás del éxodo llegó "la tristeza": "Ya no estaban los amigos, los niños jugando, todo quedó tranquilito como isla muerta".
De la escuela ahora solo quedan pupitres polvorientos y aulas vacías. Y muchas de las casas, de madera y caña, están con candados.
"Vacío. Nadie está. A veces me pongo triste cuando estoy acá solita", dice Mayka Tejada, de 47 años, en la diminuta tienda donde vende plátanos, ropa, juguetes, cuadernos o calabazas.
Ella, como Davies y otro centenar, decidió quedarse. Pero su madre y sus dos hijos, de 16 y 22 años, se mudaron a una de las 300 casas levantadas por el gobierno panameño en el nuevo barrio "Isber Yala", a 15 minutos en lancha y otros cinco por carretera.
Antes hacinada en sus 400 metros de largo y 150 metros de ancho, Gardí Sugdub es una de las 49 islas pobladas de las 365 que forman el paradisíaco archipiélago Guna Yala -también conocido como San Blas-, cuya desaparición, según estudios científicos, ocurrirá antes del fin de siglo.
- "Voy a morir aquí" -
En la penumbra de su choza de piso de tierra, sentada en una hamaca, Luciana Pérez, de 62 años, enhebra chaquiras amarillas para formar un collar. El lugar está impregnado del olor que despiden los tizones en el suelo, donde cuece hierbas medicinales.
"Nací en Gardí y voy a morir aquí. No se hunde nada. Los científicos no saben, solamente Dios", asegura. No teme, dice, porque desde niña en cada diciembre ha visto el fuerte oleaje y el agua que sube hasta inundar las casas.
Según Steven Paton, del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI), el mar subirá unos 80 centímetros con temperaturas atmosféricas, proyectadas para fin de siglo, de 2,7 grados Celsius por encima de niveles previos a la era industrial.
"La mayoría de las islas de Guna Yala están a unos 50 cm sobre el nivel del mar. Simplemente no van a aguantar. Quedarán bajo agua", explicó a la AFP este experto en monitoreo del clima.
Davies, de 53 años, recuerda que de niño ayudó a su papá a acarrear piedras, escombros y corales para hacer en las orillas de la isla rellenos que la agrandaran y mitigaran los embates del mar.
"Sacar a la gente de una isla para ponerla en otro lugar muestra la realidad que ya tenemos que afrontar en el planeta", declaró a la AFP la directora general de la COP30, Ana Toni.
- Siempre el mar -
Llovió temprano y hay que esquivar los charcos en los caminos terrosos de Gardí Sugdub. En Isber Yala, "tierra de nísperos" en lengua guna, las calles tienen aceras y están asfaltadas.
Las casas, 40 m2 de concreto y zinc, todas pintadas de crema y amarillo, disponen de inodoros en vez de retretes comunales y un trozo de tierra para sembrar. Están alineadas en bloques y a 2 km de la costa.
"Allá vivíamos apiñados y tenía que ir a buscar agua en botecito al río. Aquí llega una hora en la mañana y puedo llenar las cubetas. Y tengo luz las 24 horas", comparó Magdalena Martínez, una maestra jubilada de 75 años que vive con su nieta en la nueva barriada.
Los hijos de Tejada tampoco se arrepienten de haber dejado la isla. "Me hacen falta, pero están felices allá. Tienen donde jugar fútbol y caminar", se resigna la mujer, que borda molas -textil guna- mientras llegan compradores a su tienda.
No todo está resuelto. Aunque la escuela se mudó a Isber Yala, el centro de salud, deteriorado y sin agua, quedó en Gardí Sugdub.
"Antes venían caminando, ahora deben transportarse por tierra y luego por mar para llegar acá. Ha disminuido la consulta", lamentó el médico John Smith, de 46 años.
Algunos tienen un pie allá y otro aquí. Y hay quienes van a verificar que la choza que dejaron, cerrada o prestada a pobladores de otras islas, esté bien.
Esta semana el movimiento será mayor. Siete tinajas de chicha -bebida de maíz fermentado- están listas para la celebración del primer año en Isber Yala.
Martínez dice esperar contenta la fiesta. Pero su alegría se apaga un instante. Aunque quizás no lo verá, reflexiona, "las islas desaparecerán porque el mar reclamará su territorio".
Ese mismo mar que es lo que dice que más extraña.
V.J. Coelho--JDB